lunes, 12 de agosto de 2013

FILIPINAS: ISLA DE MALAPASCUA

Nuestra primera parada en Filipinas fue Cebú. Es una gran isla, muy industrializada y sin mucho atractivo. Nosotros nos quedamos en un hotel a las afueras, cerca del aeropuerto, y yo, lo máximo que alcancé a ver fue el baño de la habitación. Me envenené con alguna cosa en Malasia y estuve un par de días retorcida, lamentándome y maldiciéndome por haber bajado la guardia en cuidados alimenticios, creyéndome que estaba en la “suiza asiática”. En Cebú cogimos un autobús en la estación norte rumbo a Maya (trayecto de unas 5 horas). Desde allí, en el muelle, cogimos un barquito tradicional (banca) hacia la isla de Malapascua. Contemplábamos la isla cuando nos acercábamos a ella y ya nos pareció muy hermosa, poco edificada, con una pequeña playita que hacía, a su vez, de puerto, en donde desembarcamos con mucha ilusión en busca de un refugio donde instalarnos.
Caminamos y preguntando a la gente del pueblo sobre posibles alojamientos, dimos con el que se convertiría en nuestro paraíso asiático durante los días que estuvimos “atrapados” en esta isla. Era una cabaña a pie de playa en el otro extremo de la isla, bastante amplia y con una terraza que hacía las veces de salón- comedor, zona de lectura y balcón contemplativo.
Nuestros vecinos eran españoles. Yo estaba encantada, por fin podía hablar largo y tendido en español y hacer bromas malas que solo las puedes hacer en tu idioma. En seguida congeniamos y nos hicimos muy colegas. Nos dejaron su cocina para poder hacernos tortilla de patatas, gazpacho, salmorejo, etc. Agradecimos tener una cocina y descansar un poco, tras 7 meses, de comida asiática.
Irati y Rubi eran, además, los instructores de la escuela de Buceo Malapascua (www.buceomalapascua.com), por lo que Carlos estuvo encantado de tenerlos tan cerquita. Son dos personas muy amantes del mundo marino, que te contagian con sus interesantes historias, fotos y vídeos de animales impresionantes que no habíamos visto en nuestra vida. No dudéis en contactar con ellos si decidís ir a la isla y queréis bucear en este paradisíaco mundo submarino.
Malapascua es una isla muy pequeñita, perfectamente se puede recorrer a pie, descalzo, como lo hacen sus lugareños. Convivir en esta isla es una gratificante experiencia. Se dice que los filipinos son los latinos de Asia y es bien cierto, la gente es muy alegre y dicharachera. Los sábados organizan una discoteca improvisada en un campo de futbol aledaño a la iglesia, donde bailan con mucho ritmo y salero la música salida de un móvil y conectado a unos altavoces gigantes bien potentes.
Tuvimos también la gran suerte de vivir en la zona de celebraciones del barrio. Delante de nuestra casa había un amplio terreno y el dueño del mismo dejaba celebrar a los vecinos las fiestas de cumpleaños o de cualquier otra índole en nuestra parcela, por lo que estábamos todos invitados. Lo típico y que no puede faltar en ninguna celebración, es el cochinillo asado. Lo matan en el mismo día, lo vacían y luego lo rellenan de especies, lo cosen, lo empalan y entre dos personas se pasan las horas dándole vueltas, encima de una hoguera improvisada. Si además del cochinillo asado tienes un karaoke, te garantizas el éxito de tu fiesta, porque como sucede al igual que en el resto de Asia, son unos locos fanáticos del karaoke.
Otra de las grandes aficiones de los lugareños de esta isla y de otras muchas partes de Filipinas son las peleas de gallos. Ya nos llamó mucho la atención al llegar que casi todas las casas lucían con orgullo, en su puerta o en el patío, uno o varios gallos “de gimnasio”, hinchaditos a proteínas. Es un mundo exclusivo para los hombres. Existe un dicho que el hombre filipino cuida mucho más a su gallo que a su familia. Les controlan cuidadosamente su alimentación (cantidad de proteínas, vitaminas), les entrenan, les hacen correr, volar con pesas, etc, hasta que cumplen un año, momento en el que estarán preparados para la pelea.
Todos los domingos se reúnen en una parcela en el centro de la isla para celebrar las peleas. Yo no quise ir, pero Carlos se acercó a verlas con Santi. Me cuenta que antes de cada pelea, los dueños exhiben sus preciados gallos para que empiecen las apuestas. Es todo una locura y es difícil de entender como los corredores de apuestas pueden escuchar y acordarse de todas las apuestas realizadas.
Posteriormente, los dueños colocan una cuchilla en la pata del animal, los enfrentan, aún en sus brazos, para que se den picotazos y se vayan calentando y, luego, los sueltan e inicia la pelea. No suele pasar más de 5 minutos sin que un gallo acabe en el suelo, malherido, acompañado del júbilo de los apostantes vencedores.
Nuestros días en Malapascua fueron intensos y muy placenteros. Irati y yo nos hicimos amigas del alma, nos relacionábamos como de toda la vida y parecía mi vecina de siglos. Teníamos ya nuestras rutinas y días de pereza en los que hacíamos poco más que estar en la playa, leer y escuchar música (benditos placeres). Conocimos también al gran Santi, un argentino que hizo buceo con Carlos e Irati, y que se unió al club del disfrute. Parte de Filipinas la recorrimos con él, haciéndonos muy buenos amigos.
Malapascua es un trozo de tierra en mitad del mar de Visayas, lleno de gracia y virtudes, con un gran imán que te empuja a permanecer y no querer abandonarla nunca.